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El heredero (quinta y Ășltima entrega)

Las cosas no son como uno piensa, jamás lo son…

1978, el suboficial mayor retirado me envió a reunirme con el mayor Bonino, éste era un tipo más bien decorativo en el “Comando del segundo cuerpo de ejército”, al menos eso pensaba yo, le decíamos “aspirina” porque no hacía ni bien ni mal, era gentil y tenía siempre una sonrisa que delataba bondad o estupidez, yo tenía contacto con casi todos los oficiales y suboficiales del comando porque como era electricista muchas veces concurría a sus domicilios particulares a hacer algunos arreglos y así me fui ganando la confianza de muchos y conociéndolos un poco más en el aspecto mas bien personal, humano o civil, me cuesta definir esta característica en los militares ya que siempre pensé que no era una actividad diseñada para gente totalmente cuerda, no era normal seguir la carrera militar así como tampoco lo era estudiar para cura.

Fui con el viejito Serravalle, un personal civil que hacía mil años trabajaba como electricista del comando y llegamos a ser bastantes compinches, con el viejo solíamos hacer comisiones a distintos lugares como ser la quinta del comandante o al departamento del segundo comandante, yo mismo había reparado una alarma que alertaba de algún supuesto ataque al piso inferior que había sido transformado en una base de operaciones y dormitorio de la fuerza especial que era la que hacía precisamente los operativos y además brindaba seguridad, la custodia estaba formada por personal de gendarmería para evitar de alguna forma infiltraciones o simplemente para dividir las fuerzas. Nosotros, con el viejito aprovechábamos la oportunidad de estar “afuera” y sabíamos ir a un barcito, tipo bodegón, que estaba situado en Rioja esquina Balcarce a tomarnos unos moscatos, luego seguíamos con nuestras comisiones…El viejo, un tiempo antes de que yo ingresara como soldado al comando del segundo cuerpo de ejército, había estado internado por delirium tremens y siempre me contaba lo cierto que era ver bichos gigantescos por las paredes cuando uno sufría esta enfermedad producida por el alcoholismo, de cualquier forma se controlaba y solo al segundo moscato se le ponía la punta de la nariz y los “cachetes” colorados.

El mayor Bonino nos llevó al segundo piso, al dormitorio del segundo comandante quien en ese momento era el General Jáuregui, un militar sumamente recto cuyo hijo también era militar y había  cumplido tareas en la provincia de Tucumán en los años donde los Montoneros se habían hecho fuertes allí. Se detuvo inmediatamente en la puerta y giró y nos miró directamente a los ojos, cambió radicalmente su actitud, su rostro se transfiguró en adusto, recto, y la imbecilidad había desaparecido, nos dijo: esto es muy importante desde aquí se “maneja” la guerra con Chile, ustedes dos no tienen más ojos, oídos ni bocas, solo deben cambiar las luces quemadas que iluminan los mapas de la frontera y cuando terminen se marchan.

1978, provincia de Salta, paso Socompa, frontera con Chile: el atardecer debe haber sido espectacular, el sol poniéndose detrás de las montañas y a lo lejos una polvareda y el ruido de las orugas trepando, un Unimog al frente con una gran bandera de guerra celeste y blanca y el sol imponente en el centro, la brigada motorizada y la unidad de blindados formaban una fila interminable en el paisaje, el viento los llevaba hacia Chile.

Lo miré a los ojos, no había miedo en mi mirada, ni súplica ni perdón, después de todos estos años habíamos llegado a un entendimiento casi único, yo lo escuchaba como escuchaba a la voz de mi conciencia y sus entrecortadas disertaciones hacían mella y florecían en mi cerebro, había llegado a comprenderlo y sabía que su historia ocultaba esa parte tenebrosa que muchos llevamos adentro, secuestros, extorsiones y asesinatos, hacía muchos años que había pasado a la clandestinidad y su unión con la sociedad era mi propio ser, él comulgaba cada noche pidiendo por mi lealtad y yo le era fiel, había aprendido a respetarlo en su cosmovisión del país que él deseaba.

Bajó el arma y se la llevó a la cintura por la espalda y me dijo “ayúdame con esto” tomamos un bolso cada uno y lo llevamos debajo del vagón, había un pozo profundo entre dos durmientes de no más de  45 centímetros de diámetro, revestido de madera dura de quebracho igual que el fondo, metimos los bolsos y luego le pusimos un nylon y una tapa de madera, arriba de la misma, tierra y luego piedra caliza y granito terminaban por camuflarlo a la perfección. No pregunté, no dije absolutamente nada, subimos y el croto me dijo: no tienes ojos, ni oídos ni boca alguna, algún día todo esto será tuyo…

Mi madre mientras subía la escalera hasta la cancel sacó de la bolsa de papel madera un pequeño papel, tenía pegado levemente una estampilla de 20 pesos color verde con la cara de Eva Perón, yo le dije “uhhh la estampilla que me faltaba”, entonces mi madre extendió su mano y posó “ese” tesoro en mis manos, subí corriendo y fui hasta la lámpara con lupa que tenía en mi pieza, retiré la estampilla del papel y la examiné, tenía un filigrana en gota de agua muy particular, el mapa de los bolsos enterrados atrás de Minetti, un total de ocho bolsos enterrados en 8 ramales diferentes. Fui hasta el comedor, miré a través de la persiana americana, la lluvia caía sin remedio, lloré por él, sabía que se estaba despidiendo.

1978, no había nada más triste que la mirada sin brillo de los “extremistas” que llevaban a declarar, yo estaba de guardia y el oficial me llevó hasta el primer piso de la parte vieja del comando, era una vieja mansión con oficinas en la planta baja, en el centro un amplio patio, en el primer piso estaban las repetidas oficinas de la planta baja y una pasarela todo alrededor, con una baranda de hierro forjado y artístico que terminaba en un pasamanos de madera, me aposté en el lado oeste donde estaba la conexión entre la parte vieja y la parte nueva, arriba, en el techo una claraboya de vidrios trabajados adornaba y le daba luz a todo el patio interior, la orden fue custodiar un detenido, la visera para atrás, el fal a la cazadora en automático, en frente el detenido, en la baranda este, esposado por detrás, lo miré fijamente, nos separaban escasos ocho o diez metros, sus pequeños ojos rojizos me miraron, no había en ellos miedo alguno ni clemencia…”si se mueve dispare a matar”, la orden martillaba mi cerebro, mi dedo en la cola del disparador, temblaba sin temblar, estaba rígido, el croto bajó la cabeza, apoyó su mentón contra la parte alta de su pecho y gritó “cumple”…se movió, corrió o quiso correr, seis proyectiles por segundo me habían dicho, el fuego salió por la boca del fal, dos ráfagas fueron suficientes, su cuerpo se estrelló contra la pared, yo maldije, vi saltar el reboque, sangre y ladrillos, los oficiales en las oficinas se tiraron de cabeza al suelo, los proyectiles rompieron los vidrios de las puertas, atravesaron carne, se llevaron los huesos, su cuerpo se mantuvo en el aire y luego cayó casi en forma fetal a la pasarela, el croto había muerto.

 

2010, “atrás de minetti” se transformó en el parque Scalabrini Ortiz, al fondo un shopping, luego torres de departamentos, más allá el río ancho interminable, aún quedan algunas vías, los silos y la fábrica…los talleres ferroviarios, el depósito de viejos vagones ha desaparecido, solo queda un ombú de aquellos que me acompañaron durante tantos años, volviendo hacia la avenida Alberdi el barrio inglés sobrevive. Algunos viejos Montoneros llegaron al poder, sigue la pelea con los monopolios y la justicia trata de localizar y devolver a hijos de desaparecidos apropiados ilegítimamente. Pasaron muchos años y el tiempo me marcó la piel y se instaló en mi alma, sereno. El viento sopla fuerte, siento el goteo ahora permanente, algún ladrillo que se vuelca al no poder ya sostener el nylon sobre el techo, busco el viejo sobretodo, la ropa más derruida que el “croto” me dejó de herencia, ya es hora, esta noche empezaré a cavar, 17 millones de dólares me esperan.

 

FIN