Acantilado,
revoletean gaviotas,
agua y espuma, aroma a sal,
escapan entre rocas y arena.
Divaga,
espera que las redes
asomen,
las sardinas no escapan.
Así atrapa cada recuerdo,
de sus cortas vivencias.
el hambre parece dejar huellas
brutales en la memoria.
Los sueños,
regresan con espacios de libertad,
como besos traviesos y espontáneos.
La gaviota,
vuela sobre el muelle,
camina entre agua y adoquines.
Disputa lugares
a vagabundos que ocupan los miradores.
Duerme en lanchas,
hasta que el tren
de la madrugada le despierta.
Crece, pasa el tiempo,
se fuga de su débil niñez,
sus alas crecen.
El viento norte juega con la marea.
Encuentra a su amor,
la voz, es el eslabón que los une,
los días puede pasar entre la soledad,
pero su pareja llega,
se amarra a su voz,
un rito de amor,
que los une.
El mañana hiere
como la soledad que le atrapa,
quizás, él llegue a este nido
la espera le parece un abismo,
y un final solitario.
Este lugar del acantilado,
espera,
que el amor que su amor
logre encontrarla
y cambie la despedida.
Gaviota.
Acantilado, un lugar íntimo,
todo en este lugar vive.
Le recorre un dolor oceánico,
en los límites del tiempo,
el amor, crece en las despedidas,
Su voz calla,
es el único eslabón,
el único lazo de amor.
Espera,
sabe que, en este lugar,
mueren las gaviotas,
escapa su canto,
escapa su voz,
el lazo de amor.