Cuando muere una mosca, resucita si se la cubre de
ceniza, operándose en ella una palingenesia y
segunda vida desde un principio, de modo que
todos pueden quedar completamente convencidos
de que también su alma es inmortal.
—El elogio de la mosca. Luciano de Samósata.
Deberías sentirte una mosca.
Un insecto entrometido,
un bichejo alado que salta
de mierda en mierda
hasta que su olor se expande.
Sí, el otro día, sin ir más lejos.
Era de mañana cuando dijiste
que te ibas, sin vuelta atrás.
Era muy de mañana, yo en la cama,
no diste tiempo a la reacción,
se te cruzaron los cables, cojiste
el cepillo de dientes y te lo metiste
en el bolsillo, cuatro camisetas,
tres bragas y un bocadillo, te fuiste
porque cambió el viento, de noreste
a sudeste o algo así, me imagino.
Lo que no sabía era tu plan b.
Abajo, apoyado en un coche color plata
esperaba el maromo: moreno, agitanado,
con las patillas a lo Curro Jiménez, rizado
el pelo, culo prieto, con una promesa
brillando en la pupila, una raya en el agua.
Me enteré al tiempo. Ese día me quedé
en casa con un palmo de narices, quieto
como un tancredo que espera la envestida.
Te hice el amor antes de irte pensando
que no sería la última vez, de saberlo...
Tú te dejaste hacer sin rechistar, gimiendo
las últimas caricias como quien gime
un recuerdo, algo que siendo presente
pasa al pasado sin solución de continuidad.
Eres una mosca porque pasas de mis heces
a las de otro —más vale malo conocido...
Eres un insecto inmundo porque fue repentino,
no me diste pista alguna de tu desgana,
el amor que hicimos fue hecho con el fuego
de siempre, el tuyo y el mío, y como la que
no quiere la cosa terminas, te vistes, lías tu petate
y te arrojas a los brazos de otro, cuyo mérito
es que tiene un coche color plata, que hace runrún
de una manera atronadora, llamando la atención
y la protesta de todos los vecinos, y que tiene unas
patillas largas, de bandolero. Esos son los méritos,
no lo entiendo. Yo, que soy un hombre de provecho...
Han pasado dos meses y sigo pensando en ti.
No te me quito de la cabeza ni con aguarrás,
eres como esas roñas que se adhieren al suelo,
lo empercuden hasta el tuétano, y se agarran
a la solería con tal fuerza que no hay química
suficiente para arrastrarlas a mi alcantarilla.
Me mandaste un guasa y no te contesté.
Te voy a contestar ahora, ya que estoy hablando
de ti, y te voy a decir que estoy superbién, contento,
con una chica que justamente llena la misma horma
que dejaste libre en la cama, esa figura tuya que
no se va del colchón, que tiene la forma de tus caderas,
y que por esa razón he tenido que aceptar, aunque no
me gustaran del todo, solo aquellas que encajaban con
ella, que coincidían en su cuerpo con tu forma, una
verdadera paranoia —esto que le envié por guasa
no es cierto, pero como me resultó divertido se lo dije
para ver qué me respondía...
Ya os seguiré contando. ¡¡Mira, ya ha respondido!!