En la oscuridad del ocaso
busqué consuelo sin adivinar
apenas contrabando de escaso
limen espeso de dueño ejemplar,
machos bravíos que siempre sabían
repuesta sabia a palabras necias
y vacías; cuando yo me preguntaba
cómo el resultado de un cómputo
computable era resulta de la estable
comunidad que abastecía la puta
amable, siempre me contestaban con un:
“los caminos del señor son inescrutables”.
Siempre quise mantenerme al margen
de modas, idas y venidas, locas y tropas,
mas la sucia ramera que retiró mis
libertades a reductos de equilibrios malabares
quiso también privarme de dote al dotarme
de gaznate ligero y pasión por una bebida
que me embrutece y entristece, pues
no solo es depresora y represora,
sino que dota de locura y espesura a
una mente que sería menos demente
si no la hubiera probado.
Os confieso que mi tristeza es tal
por estar condenado a pasar
el resto de mi vida con las ganas
de probar tan delicioso néctar
y saber a ciencia cierta que me sienta mal,
ya que no solo es por la medicación que tomo
-reacción fatal-
otros factores influyen a la ebriedad
ya que cuando empiezo con la primera copa
he de llegar hasta el final,
y no es otro que caer redondo
sin recordar
si hice o deshice,
si puse o dispuse,
si dije o desdije,
si la cagué a fin de cuentas…
Y es una puta mierda, y lo digo en serio,
a pesar de que en “Los poemas del alma”
digan que uso verborrea malsonante,
pero es una verdadera putada
gustarte una cosa y no poder probarla.
Dejo pasar los días y mi ánimo confío
pase a mejor pues no es agradable
ni deseable
estar todos los días triste y amargado
por querer algo tan trivial
como es la bebida.
Confío en mi buen juicio, pese a lo vivido
y no cambio estabilidad por caldo bebido.
Polonius