Arcángeles cautivos
desfilan en la alborada
bajo el purpúreo manto
de gemidos estériles.
En un ruego callado
los hombres, taciturnos,
arrastran sus pasos.
Su pecho cerrado,
en una plegaria
envuelve su espíritu
de oscuros presagios.
Inmutable,
la marchita alameda
alumbra el camino.
Los nidos vacíos.
La mies sin grano.
Los ojos al cielo.
... Sólo agua.