Entre los pastizales de la vieja hacienda
crecío un adusto árbol vestido de seda,
en las primaveras, que en recuerdos quedan
cambiaba su ropaje por áurea ofrenda.
Cuando era muy niño, un pilluelo apenas
solía disfrutarlo, trepando en sus ramas;
no eran muy frondosas, usual panorama
bajo el sol poniente, de tardes serenas.
Y, también recuerdo la abeja bravía
al no ser mi amiga, se exhibía ajena,
una tarde de esas, ella y su colmena
me hicieron sentir, que el dolor fluía.
«A veces, mi mente revive el instante
las briznas aquellas en el cañaguate...
las tardes floridas, los dulces aromas,
renace en mi alma ¡un viejo elegante!»
Las brisas de enero ya no abren sus flores,
ni fluye en su sabia el preciado metal,
un cruel leñador con su hoja mortal
al roble dejó envuelto, en agrios dolores.
El árbol ha muerto, me lo dijo alguno
un verdugo cruel, con hacha taló
me niego a creer, que alguien lo cortó
pero, puede ser... ¡Lo creyó oportuno!
Diabetes, anemias, las pieles sufridas,
heridas internas curaban con él,
sanó el corazón del tío Numael
que a veces herido, dejaron bandidas.
Dicen mis amigos, los de aquel entonces
que aún hoy sus aromas avivan la hoguera;
los troncos calientan viejas chimeneas,
y, café aún hirviente, se sirve de onces.
Los bellos recuerdos se visten de luto
del longevo amigo, ya viejo, vetusto...
en oro tiñó, las flores, el joven robusto
hoy sólo nostalgia, nos da por tributo.
Los árboles secos, y los nobles astados,
sufren traicioneras muertes de sus amos...
los unos, ¡Duros leños, atizando asados!
los otros, ¡Convites, pa\' amigos y extraños!.
—✍️ Luis E. 🇨🇴