Regresaré a ti,
a donde quiera que tu luz brille,
aunque en mis cegueras te ignore,
y en mi alevosía te rechace,
cuando la indiferencia me transforma en necio,
y mis yerros me delatan.
No me corrompió la secreción del odio,
ni la complacencia de delirios beatos,
ante la sumisión ingenua de fantasías sublimes,
de amores sacrílegos como oasis infinitos.
Regresaré a ti,
con mis rodillas impolutas, inmaculadas,
para mirarte de frente,
en el crisol de prodigas depuraciones,
sin el conjuro de apóstatas y blasfemos.
Te reconozco,
no eras inaccesible,
ni eternamente castigador,
anqué te acusen los proscritos,
en la turbación de su alma.
Te miro en la gloria serena de la montaña,
en la luminosa y mística corriente del río.
Te siento en la mirada grácil de mi hijo,
y en el pecho nutritivo de su madre.
Te palpo en la sencillez vital de mi latido,
y el grito vivaz de mi alma.