¡Cuanta delicia
riqueza deseosa
puso en sus versos
la niña poeta!
La seda de China,
las perlas del mar,
el oro del África,
la miel de Canaán.
La sabiduría de Atenas,
la madera de la India,
las flores de Hawaii,
castillos de Alemania,
y todas las piedras
preciosas de Dubai.
¡Cuanta ricura,
fortuna infinita!
La niña poeta
juntó los tesoros
con sus manos,
más bien, con sus sueños.
Los colores de diciembre,
idilios abrileños,
para que fuera un deleite
a sus divinos ojos.
¡Mas que pena, que sus ojos
nunca llegaron a admirar
no hubieron de contemplar
la exquisita belleza
del paraíso terrenal!
Que la niña, con amor
le quiso juntar.
Toda llena de esplendor
y en el viento mecida,
su poesía sigue perdida
y la niña se muere de amor.