Desnuda mi alma, sola, indefensa,
dando conciencia a la nostalgia,
que me impide la razón y el intelecto,
aceptando el pensamiento inevitable,
rumiando mis culpas,
reclamando a la deidad el porqué.
Porque la lejanía se diluye en la espera,
la desesperación de no ver,
es tan abrumadora como la del no abrazar,
entonces el sufrir trasciende lo pensado,
para aceptar la soledad hermanada a la añoranza.
Clamar sin voz, pensar sin ver,
gritar sin alzar la voz,
como si el paso de Dios fuera indiferente,
y la lacerante luz del mundo lo apartará y desechará,
o el dolor cotidiano fuera obligatorio.
Desnuda mi alma, en mi cuerpo enflaquecido,
buscando romper los espejos,
como si la sangre fuese atributo de dolorosas mentiras,
incomprensibles, déspotas,
impidiendo la paz,
en el silencio indolente del crepúsculo.
Dedos que se encogen evitando la caricia,
Ojos que se cierran aterrados del paisaje,
promesas alevosas de cosas que no se entregan,
pensamientos recurrentes de utopías idílicas,
conciencia de la inconsciencia que nos evita el realismo.
Alma que se desnuda alimentando la nostalgia,
mañana que me espera entre barrotes de bronce,
para lamerme la sangre que brota de mi pensamiento.