Sucede que nos quedamos mudos
acorralados por los años,
saludando quedamente
a los seres amados
que zarparon antes.
¡Qué incapaces los puños
y las oraciones secretas
y los sombríos hospitales!
Se desvanece la mirada
como lumbre en noche de borrasca;
inclinado el cuerpo
y tenue la palabra se esfuman
vacíos de emociones;
hacia el otro lado,
hacia la humildad del adiós.
Dame tu mano mustia y marchita,
déjame ensayar un abrazo
que no ofenda la debilidad
de tus agobiados huesos;
reconoce en mi plegaria
el nombre que me nombra
desde el día que me adormeciste
con tu voz que se esfuma
en la penumbra helada de esta madrugada.