juanestrada

ADIÓS, MADRE.

Sucede que nos quedamos mudos

acorralados por los años,

saludando quedamente

a los seres amados

que zarparon antes.

 

¡Qué incapaces los puños

y las oraciones secretas

y los sombríos hospitales!

 

Se desvanece la mirada

como lumbre en noche de borrasca;

inclinado el cuerpo

y tenue la palabra se esfuman

vacíos de emociones;

hacia el otro lado,

hacia la humildad del adiós. 

 

Dame tu mano mustia y marchita,

déjame ensayar un abrazo

que no ofenda la debilidad

de tus agobiados huesos;

reconoce en mi plegaria

el nombre que me nombra

desde el día que me adormeciste  

con tu voz que se esfuma

en la penumbra helada de esta madrugada.