La música esparciéndose en el ambiente,
en toda mi realidad.
Cada respiración, cada paso,
se volvían aperos:
ejecutándose en un inmenso oratorio...
Cuyas notas formaban
un pentagrama holográfico,
de bellos y aterradores instrumentos
de viento y cuerda.
A los que la pluralidad llaman: seres humanos.
Se estrellaban contra mi percepción.
A través de cada momento,
la locura evocaba la profundidades de un bajo.
Cuya aria alcanzaba la grandeza como el terror súbito,
resonando en las profundas cuerdas del momento.
Veías la tiniebla y la claridad coexistir
en un solo instrumento musical,
a eso que muchos llaman en anatomía: cuerpos.
Y en ella un alma que sin saber
y por intuición me niego a velar.
Las tertulias banales se transformaban;
en conjuros apilados de buenas intenciones
como rosarios crisitianos.
La voces blancas y oscuras susurraba hechizos,
prolongandose desde el amanecer hasta el anochecer.
Las horas de esta invención subjetiva
ya de por sí de mi realidad...
Infame percepción como loable,
que invoca nuestras propias contradicciones
a esas que la generalidad llaman: vivir y morir.