Areniscas de rumbos delirantes
aran de rojo el valle ribereño
que, plomizo y extraño, pone empeño
por retirar, a tiempo, consonantes
y transformarse en cielo. Rumïantes
clavan sus dentaduras en un sueño
de pesadilla y de oro, que hacen pequeño,
al despertarse entre sombras punzantes.
En el ocaso, oscura galería
al alba clara, vida y quebranto.
De la ruina, que el monte estremecía,
guardo un silencio de muerte en mi manto
que fiel, peregrino, anhelo algún día
verte de nuevo, camino del Santo.