He aquí el monstruo de cien cabezas
rugiendo suavemente
y dando frescos lengüetazos a la playa.
Cómo me horroriza
este huidizo vacío de la noche
y el oleaje negro y espumoso
del monstruo a mis pies
y la enigmática faz de la Luna
macilenta y triste
entre el oscuro cúmulo nocturno.
A ratos clarea la noche
y el viento gime y aúlla
como un lobo solitario
embriagado por esta vieja Luna
que se perfila imponente
entre las nubes en fuga.
Arriba, las luciérnagas celestes
han avanzado un buen trecho
en su infinita ruta sideral.
Aquí abajo, al borde de la playa,
puedo escuchar pulsaciones tamboriles
y arpegios de guitarra
como huida de fantasmas.
Mi espíritu vaga distante por remotas lejanías,
cabalgando sobre una bestia
que simboliza el tiempo;
siento los latidos violentos de mi corazón
como si, también, quisiera arrancarse.
Y en fin, todo mi ser vaga solitario,
apesadumbrado y triste,
melancólico y nostálgico;
angustiado y ansioso,
cual pájaro nocturno sin su lecho nupcial…