Caída la tarde, en los espacios tan callado el aire,
me sumerjo en el misterio de un nadie, en un vacío
que se despliega como un mar de interrogantes.
¿Quién es ese nadie que se quiebra en el horizonte?
¿Qué sombras lo acompañan en su silenciosa travesía?
El espejo de la tarde, siniestro y malquerido, no revela
más que la oscura y frágil fragilidad de la existencia.
Las luces brillantes coronan las pupilas, evocando
los recuerdos de un tiempo que ya no es, que se desvanece
en la bruma del olvido. Y en medio de la niebla, la vida
clava su aguijón en el pecho abierto, desangrado en nadie.
Todas las flores se lo han preguntado al cielo,
que guarda el secreto en su infinitud, en su insondable
sabiduría. Y mientras la tarde se desvanece en el ocaso,
yo sigo buscando las respuestas en el laberinto de la vida.