Una de mis pasiones es pueblear en los rinconcitos que por casualidad hallo cercanos a los centros turísticos, las zonas arqueológicas o los parque naturales situados a las afueras de las ciudades importantes tienen un interés especial para mi, tal vez porque esas zonas poco frecuentadas guardan con más fidelidad y sin mercantilismos la memoria lo que ahí existió, sin la propaganda y las historias oficiales, como la ocasión en que me alejé de más en una de esas regiones áridas del norte de mi país, actualmente existe la herramienta valiosa de Google maps, pero aún así mi capacidad de localizar direcciones es bastante pésima y afortunada o desafortunadamente es lo que me llevó a perderme mientras iba en busca de la población de Batopilas, tenía poca gasolina y había dado ya un rodeo por lo cual decidí detenerme en la primera población que encontré; allí divisé una tienda a donde me dirigí con la esperanza de que me pudieran orientar y corregir el rumbo. Se trataba de un tendejón escasamente surtido, atendido por un anciano robusto a quien le compré un agua y de paso le pregunté cómo llegar a Batopilas, a lo que contestó:
-Ah pues, si está aquí cerquita, solo que el desierto confunde, si quiere la guío, y de paso me deja allá en la salida pa dejar unas flores.
Pensé que era un trato justo así que acepté, al anciano (quien dijo llamarse Lorenzo) se fue a la trastienda y regresó con unos girasoles, listo para subirse al auto.
-¿No va cerrar la tiendita? -pregunté
-No doñita, no hace falta, aquí nos tenemos confianza.
Debía ser (pensé) en la calle había muy poca gente debido sin duda al calor, así que con su guía puse en marcha mi vehículo.
-¿Son para su esposa? -le pregunté refiriéndome a las flores
-No, qué va, si no vamos al cementerio, son para otra mujer, alguien de quien ya ni se acuerdan.
-Ah, qué don Lorenzo, me parece que fue usted muy coscolino
-Pos no mal piense doñita, esa mujer no fue mía, era ya anciana cuando yo nací, pero hizo algo muy especial en el pueblo, le estoy hablando de la época de la revolución.
A mi mente vinieron las gestas heroicas del Centauro del Norte y sus dorados, el genial Felipe Ángeles, las adelitas y todas aquéllas bravas mujeres que se iban a la lucha con todo y bebés a la espalda, mi mente podía verlas: encima de los trenes, a caballo, alrededor de la fogata, cantando o llorando junto a sus hombres, dispuestas a morir junto a ellos en la tierra que los vio nacer, en algún momento don Lorenzo me sacó de mi ensoñación.
-Párese aquí doñita, a cinco metros, ahí conde ve esa nopalera está el sendero que la lleva a la carretera y se va hacia el norte.
Estábamos ya en las afueras, don Lorenzo se bajó y caminó hacia un cúmulo de piedras, la curiosidad me venció y lo seguí; sobre el cúmulo de piedras había una cruz de metal con una pequeña placa que decía;
“A Sabina la soldadera 20 de Septiembre 1914 ,en recuerdo del milagro”
-Debió haber sido muy valiente, ¿pertenecía a las fuerzas villistas?
Don Lorenzo acomodó los girasoles, me miró divertido y contestó:
-En realidad no, Sabina vivió aquí toda su vida, enviudó todavía joven, creció cuatro hijos que se llevó la leva al inicio de la revolución y no los volvió a ver, para ese entonces ya era una anciana y las correrías de los federales, los diferentes bandos surgidos durante la bola, el hambre y las enfermedades casi diezmaron la población, éstas regiones como ve son desérticas y solo se abre a quienes conoce, les provee pero no podía cuidarnos ante la situación que se vivía.
-¿Cómo? ¿entonces no participó en ninguna batalla? ¿ya era anciana durante la revolución? ¿a qué milagro se refiere la placa?
-Mire doñita, nosotros solemos admirar héroes fuertes, aguerridos y astutos y vaya que los tuvimos, muchos de ellos se sacrificaron sin pasar a la historia, hay otros cuyo heroísmo consiste en evitar que el dolor y la desesperación destruyan lo poco de humano que queda después de haber padecido continuos eventos sangrientos, deshumanizarnos pues, ese fue el caso de Sabina, eso fue así:
Era mediodía, yo andaba en estos mismos parajes buscando ramas para echar al fogón, en eso veo a lo lejos una columna de polvo que se acercaba a todo galope; no era nuevo, podían ser tropas o bandidos que robarían nuestros escasos víveres, violarían a las mujeres y a las niñas y quemarían las casas, nuestro caserío era presa fácil, no quedaban más que mujeres, viejos y niños, yo me hice un ovillo detrás de esa roca que ve atrás, temblando y esperando lo peor, la tierra retumbaba con los cascos de los caballos al acercarse más, más, más…pero se detuvieron justo antes de llegar a mi, sentí como si el tiempo se hubiera detenido, una sensación nueva y extraña, algo vibraba en el aire, no se, entonces yo intrigado levanté la vista, había dejado de temblar, no sentía calor ni frío, todo parecía suspendido y justo a un costado, de frente a una tropa de soldados, cuarenta, tal vez cincuenta venía Sabina, la anciana, la que desde hacía meses estaba postrada en su catre, con la ropa y el rebozo viejos y deshilachados, muda, sorda y casi ciega, pero por ésta cruz que señala su tumba se lo juro, Sabina venía descalza pero con paso firme, sonoro, como hacía poco se escuchaban el galopar de los caballos, ya no era la Sabina decrépita y encorvada, sus arrugas se habían solidificado, su andar erecto y esos ojos, ¿cómo describirlos? Habían detenido de alguna manera el avance de la tropa , la tropa comandada por el capitán Valdés, el que tenía aterrada la zona pues era cruel y rígido para torturar sin remordimientos tanto mujeres, hombres y hasta niños, pero yo lo vi doñita, lo vi paralizado a él y a sus soldados por la sola presencia de Sabina, por su mirada que los traspasaba con algo que no sé describir.
“Quítese pinche perra vieja” -le gritó el capitán
Pero ella permanecía plantada, sin quitarles la vista de encima, atenazándolos y luego habló, con una voz que hacía tiempo ya no se escuchaba, con voz firme, voz que se escuchaba en todo el desierto:
“Pasen sobre mi si tanta prisa tienen”
Los caballos estaban nerviosos, los soldados prepararon sus armas, el capitán habló de nuevo:
“Maldita bruja, te voy a coser a balazos”
Con la misma voz, y abriendo los brazos dejando descubierto el esquelético pecho exclamó:
“Una bala capitán, una bala para acabar con ésta maldita bruja, dispare usted si es tan hombre”
Pero el capitán no podía disparar, se había puesto lívido, los caballos empezaron a encabritarse, a los soldados les quemaban las armas, como si hubieran absorbido todo el sol que brillaba intenso sobre sus cabezas, hasta las bestias saben con quién ponerse, el capitán, furioso, gritó:
“Vendré muy pronto y arrastraré tu maldito esqueleto por todo el desierto, vieja de miarda”
Sin inmutarse, y con un rostro fiero que acabó espantar a los caballos con su última frase respondió:
“Muy pronto capitán, no quedarán de ustedes ni el esqueleto”
La tropa,incapaz de controlar sus caballos y su temor por la sentencia se retiró, perdiéndose en el horizonte, todo pareció recuperar el movimiento, la gente seguía en sus casas, mirando incrédula y Sabina retomó rumbo a su choza, conforme caminaba, se volvía a sentir el calor y el viento, Sabina volvía a su postura normal, aquél halo sobrenatural que irradiaba se iba desvaneciendo poco a poco, la gente no sabía exactamente qué había ocurrido, solo que estaban a salvo, yo conté lo que pasó, tal como se lo he narrado a usted, era quien más cerca estuvo pero por ser niño no me tomaron muy en serio, otros agregaron cosas, contaron a su modo; Sabina llegó a su catre ese día y ya no se levantó, como si tan solo hubiera esperado ese momento para que algún misterioso espíritu la poseyera y de esa manera proteger a los suyos. El capitán Valdés nunca regresó, ni él ni los bandidos volvieron a asolarnos, la revolución terminó unos años después, usted que viene de ciudad tal vez pueda averiguar si esas cosas existen, tal vez algún libro mencione qué fue del capitán Valdés y su tropa, yo solo sé que Sabina merece ser recordada, por eso existe ésta cruz y por eso sigo contando esta historia, espero que llegue con bien a Batopilas, ya me voy pa´ mi casa.
Debo reconocer que la historia se me hizo exagerada, volvía a mirar la fecha “20 de Septiembre 1914” y solo entonces caí en la cuenta de que si don Lorenzo contaba con 4 años al momento del suceso, actualmente debería tener la insólita edad de poco menos 120 años, él ya había dado ya la vuelta en una vereda y su silueta erguida me dejó pensando, ¿era posible o todo fue solo un invento? No quise averiguarlo, preferí quedarme con la imagen transfigurada de Sabina, firme, con los brazos abiertos desafiando al general Valdés.