El aguaribay, pequeño y frágil, era reservado
a cubrir ese desgarro que era brecha
en la protección de los vientos del norte.
Mordiendo piedra y tierra se elevaba
entre el soberbio álamo y el eucalipto añil,
ya seniles…
Lisonjeros sonidos de las brisas
o pasados lamentos en las sombras del entorno
miraban al intruso que buscaba altura
y vivir su vida lleno de esperanzas.
Las nimias luces de la noche escuchaban
su canción de crepúsculo a crepúsculo
y el brillo del día iluminaba su conciencia
llena de vital convencimiento.
No lo veré yo cuando crecido cubra
ese desgarro en la arboleda,
pero lo imagino ya, altivo y majestuoso,
y me siento enaltecido.
De mi libro “De poemas que morían”. 2017 ISBN 987-4004-38-3