Manuel Valles

Portagayola

a Sofía Gochi

 

Llegas abriendo plaza, toro de bella lámina,

y por tu bravura se sabe que no eres abanto.

Una acometida tuya

casi le arranca a la afición el alma

-que no se adorna como el alma del torero

antes de acortar el engaño-.

 

El sol se posa en el albero

encendiendo aún más

las pasiones en el ruedo.

La andanada vibra  en su ¡ole!

ante el aplomo del toro

y el valiente aliñar del torero.

 

Pasodobles que corrugan la piel,

que estremecen el alma,

que echan fuera de su órbita al corazón

mientras que el asta del animal

hace ondulaciones en el aire

cada vez que atiende al bulto

y, ya sea en atravezada o bajonazo,

sangra siempre el delirio a capote vuelto.

 

¡No brinques al burladero, toro bravo,

que allí los lidiadores están atentos!

 

Llega hasta mi alma

el arrebol salvaje de tu raza,

llega y prende en ella el alamar

como sellando un compromiso de amor,

un incomprendido destino de vida y muerte,

de muerte y más vida,

vida nacida de las luces de un traje galante

en el cual las constelaciones del cielo

han bajado a rendir pleitesía

a su majestad: la plaza.