a Sofía Gochi
Llegas abriendo plaza, toro de bella lámina,
y por tu bravura se sabe que no eres abanto.
Una acometida tuya
casi le arranca a la afición el alma
-que no se adorna como el alma del torero
antes de acortar el engaño-.
El sol se posa en el albero
encendiendo aún más
las pasiones en el ruedo.
La andanada vibra en su ¡ole!
ante el aplomo del toro
y el valiente aliñar del torero.
Pasodobles que corrugan la piel,
que estremecen el alma,
que echan fuera de su órbita al corazón
mientras que el asta del animal
hace ondulaciones en el aire
cada vez que atiende al bulto
y, ya sea en atravezada o bajonazo,
sangra siempre el delirio a capote vuelto.
¡No brinques al burladero, toro bravo,
que allí los lidiadores están atentos!
Llega hasta mi alma
el arrebol salvaje de tu raza,
llega y prende en ella el alamar
como sellando un compromiso de amor,
un incomprendido destino de vida y muerte,
de muerte y más vida,
vida nacida de las luces de un traje galante
en el cual las constelaciones del cielo
han bajado a rendir pleitesía
a su majestad: la plaza.