Sus ojos que canté amorosamente,
su cuerpo hermoso que adoré constante
y que vivir me hiciera tan distante
de mí mismo, y huyendo de la gente,
su cabellera de oro reluciente,
la risa de su angélico semblante
que hizo la tierra al cielo semejante,
¡ poco polvo son ya que nada siente !.
¡ Y sin embargo vivo todavía !
A ciegas, sin la lumbre que amé tanto,
surca mi nave la extensión vacía...
Aquí termine mi amoroso canto:
seca la fuente está de mi alegría,
mi lira yace convertida en llanto.
FRANCESCO PETRARCA