Tenía la caracola
una lágrima en el alma
por verse lejos del mar.
¡Y no podía enjugarla!
La encontró en la arena un niño
con ese dolor de nácar.
Cerquita ya de la orilla,
con los pies besando el agua,
en las manos al océano
entregó su concha blanca.
Y, entre las olas, oía
como en un sueño su: ¡Gracias!