hyperion

El abrazo de Silvia

¡Qué placentera fue la calidez de sus brazos al envolverme!
Por primera ocasión hubo algo de vida en mi frialdad cadavérica.

Sus dedos delineando la forma de mis costillas, susurrando dulces palabras...
de que tan sólo deseaban mantenerme junto a ella, ¡aun cuando fuese un fantasma!

¡Cuán boba y hermosa fue su ilusión! No había nada ya en mí
que pudiese retenerse, salvo acaso un espíritu en pedazos, hecho añicos.

Al separarse, me hallé de nuevo disperso, trozos de sueño
que volaron lejos como aves nocturnas en busca de su piedra.

Nada podía ya contenerlos, pues eran demasiado ligeros para el peso
de la carne, o demasiado pesados para la esencia. ¡Un enigma!

Sus brazos me recordaron por un instante la forma de vivir,
el calor de la existencia humana. Su sombra quedó tatuada en mis recuerdos,
la silueta de su cuerpo impresa en el mío, fantasmal tatuaje de calor.

¡Qué hubiese podido salvarme si durase más, o fuese más fuerte!
Su abrazo fue demasiado breve, su tibieza demasiado tenue.

¡Ah, si hubiese podido retenerla! Mas soy de aquellos a quienes
nada puede ya contener, ni siquiera las promesas de un beso.

¡Fue un abrazo singular y absurdo, un instante deslumbrante
que no pertenece más que a la memoria y a la melancolía!

Así mis piezas se dispersaron al viento, excepto aquellas
que quedaron gravadas por el calor de su cuerpo y su regazo.
Reliquias de una posesión que nunca pudo ser.

¡Qué importan ya mis trozos o mi polvo, salvo en cuanto
alegoría de aquello que solo un instante hubo de brillar
antes de extinguirse en las tinieblas! Fuego fatuo,

¿nada más?

Finito, como fue finito aquel abrazo absurdo
que no pudo retenerme. ¡Mas dejo tras de mí una sombra!