Mi aposento se iluminaba en tanto
despuntaba el sol en la alborada
y filtraba sus rayos por resquicios
de las celosías que me guardan.
El ulular de las pequeñas lechuzas
se iba con la noche dejando espacios
al zureo de palomas iniciando el día.
No hay otros ruidos. Los nietos aun duermen.
Nada perturba esa paz inmensa
sólo entendible si vas y la vives
con el alma quieta y en ese refugio
de puros respiros, sin manchas oscuras.
Y el cuerpo apresura su vuelta a la vida
que lo espera afuera.
De mi libro “De poemas que morían”. 2017 ISBN 987-4004-38-3