Juan Manuel Ledesma Mendoza

Aprendí a olvidarte pero me empeño en extrañarte

Mi cama extraña tu cuerpo,
hoy mi cuarto es de hielo,
las paredes están que lloran
y el techo es mi único cielo.

El viejo reloj que no camina
sólo tiene las horas exactas
un par de veces al día
y mi ventilador
sopla aires de agonía.

En la mesa de noche
tengo puesto tu olor,
ése que sin ningún reproche
se quedó a mi lado sin temor.

Cuando enciendo la lamparita
aún veo tu silueta,
y en la antigua gaveta
guardo un beso fresco,
ése que no sé si fue sincero
o fue otro de ésos pasajeros.

Al llegar la mañana 
se cuela un rayo de sol por la ventana
y a contraluz se vislumbra tu sombra
como un dardo envenenado
y no sé si lo has notado
pero tú no estás ni aquí ni allá,
porque aunque te fuiste
aún sigues presente
y en mi memoria latente.

Hoy el ropero echa de menos tu vestido
y los percheros ya me han preguntado
porqué te has ido.


Te hablo sólo de la habitación
para no mencionar las demás partes
donde se esconde en cada rincón
tu recuerdo convertido en arte.

Pues en la cocina los cubiertos están en huelga,
y en el baño sólo gotea la ducha,
la sala está desierta,
y en el balcón sólo un murmullo se escucha.

Tu despedida hizo más daño
que el par de bombas atómicas,
te fuiste aquel día de ese mes del año
con velocidad supersónica.


Tu ausencia es insoportable
porque eres algo notable
y ya los números no son contables.

Pero en realidad yo prefiero 
que ya no vuelvas nunca más
porque para serte sincero
no quiero verte jamás.

Y es que prendí a olvidarte 
pero me empeño en extrañarte.

Aunque la soledad cabrona se impone
y la segunda oportunidad de ti depende,
pues ya mi alma, mente y corazón ponen
tríada de amor que aprende.

Resulta contradictorio
no querer verte, pero sí tenerte,
porque estás metida en mi recordatorio
que me incita a poseerte.

 

JM.