Entonces ¿qué tomas?.
Es el precipicio, la mitad de la vida,
de un momento, de una botella.
O en el precio que pagamos
por olvidarnos del viento
que sopla fuerte en un día cualquiera.
Atardece. Hay un aroma de arreból
que me susurra. ¿Lo escuchas?
Siento tus manos en mi cabeza.
No hay versos ni misterios.
Amanecerá un poco más tarde,
cuando el mundo siga su curso acelerado
y yo me detenga a buscarte
entre la inmensidad de un domingo cualquiera.
Combinaciones de tierra, escarcha
en el pecado dulce del mundo.
Pisco, hielo y alma.
Un brindis, una charla.
Casi treinta años, un par de arrugas
y el matiz de un brillo plateado en la cabellera.
En el firme momento que nos regalamos
al compartir este refugio del mundo,
una charla, sí, una simple charla,
entre dispares años que ya se fueron
y que siguen partiendo. No volverán.
Pero nosotros siempre volvemos donde siempre,
al lugar donde suenan las celebraciones
de volver a vernos y celebrarnos de a poco,
como hermanos que, como la marea y el mal tiempo,
capean el mundo.
Hasta la próxima vez que nos miremos de frente
y las palabras nos lleven lejos,
a lugares que se alejan de los recuerdos.
Nunca envejeceremos, o tal vez
cuando sea el tiempo de subirnos con Gandalf
en el barco que nos lleve hacia las Tierras Imperecederas.