Cobijó sus sueños bajo lo bruno de una altura estrellada,
tendido en lo descampado y en lo límpido del aire
construía en sus retinas su fortaleza de piedra.
Que en fortalezas de piedra se cuidan, las utopías y sueños
y mientras estos llegaban a cerro abierto vivía,
mirando y siguiendo siempre la cruz que estaba en el sur.
Que no hubo viento ni escarcha, ni soles abrasadores
que detuvieran su andar.
Y de allí su fortaleza, más que de cuarzo y granito,
estaba en su decisión de ser señor de su valle y cobijarse
en esa piedra angular, guardiana de sus pasiones.
Y allí la tuvo, ese día, en lo alto del peñón,
mirando abajo a su río, a los nogales y a la bella lejanía
con la estancia de San Pedro y su frondosa arboleda.
Un breve tiempo y hubo que dejarla al ser llamado del cielo
y allá se fue con sus brillos y su apuro por llegar.
Para nosotros quedó ese ícono de piedra
invulnerable recuerdo de su vida y de su ser
ejemplo de fortaleza para su evocación eterna.
De mi libro “De esas letras pendientes”. 2018 ISBN 978-987-763-836-3