Paso por la vida renunciando a su propiedad,
haciendo de la lluvia mi escudo al erial del latido,
descubriendo mis pasos, de puntillas,
para no atemorizar la soledad,
aspirando a descubrir mis secretos,
sin camuflar mi identidad.
Renuncio a transformar mi almohada en ataúd de los sueños,
a encerrar en burbujas de anhelos cada mañana,
contando los cabellos en la espalda,
de la amada que amanece a mi lado,
o balbuceando tonadas de arcoíris,
a una araña que cuelga del techo.
Abandonó el pensamiento que me lleva a la nada,
Al fondo de sentimientos que laceran mi alma,
Incrustándome en la tierra árida de la desesperanza,
besando las mejillas pulidas de los cristales en las ventanas.
Escribiré poemas desde mi corazón, que flota y sobrevive,
delineando las imágenes en las paredes de la habitación,
en los juegos de niño, sobre las praderas y el río,
que baja desde la montaña para entregarse al mar insondable,
evaporándose en nubes que acarician el cielo,
donde se posan mis sueños en abisales amores.
Paso por la vida renunciando a su propiedad,
para vivirla desnudo en días y noches,
sin pupilas que me condenen,
recordando dogmas o pecados,
marginando mis palabras descalzas,
que recorren amorosamente los versos,
alimentando la noche de pasión y deseo,
arropando a la mujer que desnuda mis huesos.
Renuncio a vivir con el honor de los muertos,
que rememoran su origen como linaje perfecto,
mi lengua no va a estar a disposición de los restos,
ni se dolerá en la lápida de los años bisiestos,
mi lengua será llama incendiando abandonos,
escribiendo poemas, provocando delirios.
Paso por la vida, sin aferrarme a ella,
para dejar la simple huella del amor y la entrega,
del ego desvencijado por la humildad y la paciencia,
del cabello encalado en mi hogar, con mi prosapia,
prometiendo al eterno la reunión y el encuentro.