De tristezas y alegrías
van pintadas muchas huellas
y cual viento en las montañas
derroté la espesa niebla.
Cuando vienen los recuerdos
veo siempre las estelas
que mis pasos han dejado
contra vientos y mareas.
Y por muchos huracanes
que encontré por las veredas
supe cómo levantarme
y vencer tantas tristezas.
Así mismo va la vida
y el recuerdo siempre queda
de las manos bondadosas
que aliviaron duras penas.
Y hoy con júbilo yo grito
cuando miro las estrellas
que el amor todo lo puede
y el amor rompe cadenas;
que las manos de una Madre
van cargadas de pureza
y sus dedos amorosos
son cual flores de Azucenas:
suaves, bellas, con blancura
y colmadas de terneza
que al tocarlas me emociona
y su aroma me recuerdan.
¿Quién quisiera que su Madre,
de sus brazos no se fuera?
¿Quién quisiera que los años,
no dejaran tantas grietas
en la dermis y epidermis
pues los años las resecan?
¿Y quién pudiera hoy negarme,
que una Madre es cual guerrera
que abnegada va en la vida
dando luz en las tinieblas,
como el faro que en las costas
previene a las carabelas,
del peligro que latente,
cada vez está más cerca?
Madre mía, te recuerdo,
con tu luz de primavera
y el aroma de las flores
que encuentro por las veredas
donde juntos caminamos
y lloramos las tristezas;
y también donde cantamos:
¡La tristeza no es eterna!
Pero ahora, yo te digo,
desde el alma con certeza
que tu viaje al infinito
fracturó esta mi alma entera;
que el recuerdo y tus consejos
no permiten que te mueras
porque vives para siempre
¡En la luminosa estrella!
Y cada noche percibo…
¡Qué titilas y me besas!