Alberto Escobar

Vulnerable

 

 

 

Vulnerable.
Una mancha en el pantalón,
un botón que se cae
de sus ataduras de hilo,
una gota de salsa que salta
y se posa en la camiseta.
Mi senda es muy estrecha, 
apenas cabe un pie,
y fuera, el verdor es tan,
tan inmenso, que los ojos
se me van de sus cuencas, 
buscan el frescor de la hierba,
beben el rocío sobre sus hojas,
y el alba blanquea los almendros. 
Soy vulnerable, con más ahínco
según pasa el tiempo.
No tengo aguja e hilo que enhebren
un imprevisto, detergente que disuelva
las manchas de un accidente,
cualquier percance, sea grave o leve,
es una ficha de dominó empujando
un cataclismo, una debacle en ciernes,
una mariposa con su efecto.
No tengo lavadora, ni lavavajillas, ni estropajo
ni jabón, ni fregadero, ni lavabo, solo la lluvia.
Soy un zorro atado a un gallinero, sin gallinas, 
con la saliva chorreando a borbotones,
y el hígado hinchándose desesperado, 
sin alimento que deglutir, sin oficio,
sin música de fondo ni bilirrubina. 
Vulnerable.
Indefenso como aquel soldado agonizante, 
en el suelo, herido, a merced de quienquiera
que quiera darle muerte, que no se la daría
porque sería muy fácil, que no quisiera 
que a él —que pronto se verá en las mismas —
le sentencien como está pensando sentenciarlo,
enemigo de bandera y amigo de destino
—así es esta guerra...
Vulnerable.
Desnudo ante la intemperie.
Bajo la miseria de un tonel, y como
Diógenes busco a un hombre,
ese que llevo dentro, que me saque de esta
encrucijada, con la cabeza alta y alto el pecho. 
Vulnerable.
Como cuando nací. 
Me libero de la coraza que durante años
he tejido, no la necesito ya, 
mi piel la expongo a los elementos, 
al frío, al calor, a la nieve, al viento.
El miedo no cabe en mi hatillo, pero me sé frágil.
Vulnerable.
Esa es mi debilidad, esa es mi fuerza.