Tú, reina de mi sangre,
luz de mi juventud,
oyes palpitar mi corazón,
¡mas cómo lo golpeas!
Si huyo pues no es sino
para volver a encontrarte,
aunque espines mi clavel
con amarga indiferencia;
y aún así aprieto el puñal
para poder sentirte cerca.
Yo cantaré mis palabras,
desnudas y frágiles,
cuando llegue la noche
y el mundo deje de girar,
mudo, ante la ausente
plenitud de tu belleza.
Solo así aprendí que las noches
podían llegar a ser tan dulces;
porque es en ellas donde existo;
donde quedan los olvidados.