Pequeña Libertad,
en tus manos exhibiste la misma palidez,
con el sueño desvaneciéndose
a golpes y traiciones,
con el perfecto perfume inquebrantable
de las clasificaciones.
Pequeña Libertad,
sobrecogida
estás amarrada a un cuerpo enfermo…
y a un sitio impreciso.
Tienes el sueño pesado.
Pequeña Libertad,
eres como tu nombre:
lecho donde duermen los significados.
Te vi enferma,
con una delgadez extrema.
Siempre exploraste límites
de la piel, de la tierra,
de la hiel, de la guerra.
Experimentaste con los huesos
las melodías que arrojaste
a la deriva,
a su suerte,
con forma de poesía.
Arrojada siempre tu dicha.
Tu bien es el arrojo,
la experiencia
en lo recóndito.
Pequeña Libertad,
resistís con tu nombre
entre los dientes.
Desconocida y umbral.
Pequeña Libertad,
mantenés el aire
ausente en el ambiente.
Hacés crecer las siluetas
de la naturaleza,
acariciás la plenitud
de las montañas.
El fuego que sopla
sobre sienes y
cubre los rostros
con la recuperación de un objeto,
una parte o una astilla
que regresa a tu cuerpo.
Pequeña Libertad,
reservaste la palabra “pienso”,
habilitaste la suposición
y los discursos que se tejen en la intimidad
y el encuentro de las voces multiplicadas
y la riqueza sembrada en la tierra fértil.
Pequeña Libertad,
la rebelión del argumento,
la resistencia de toda opresión,
la pesquisa y la curiosidad
son algunos de tus nobles atributos.
Pequeña Libertad,
vagás en la oscuridad del laberinto,
a ciegas tanteas paredes de la redención.