Fue tan larga la espera
en los durmientes quedos de niñez.
El tren sordo se anuncia en la frontera,
exhibe su embriaguez.
Puente viejo encendido del camino.
Recogimos las flores del destino
en los rieles de nuestra fantasía.
Con aquel sol ardía
la niñez con su néctar ambarino.
El estremecimiento presuroso,
una revelación,
un nombre, una canción
ponen a temblar el andén verdoso.
Con la satisfacción de lo copioso
en nuestros corazones
vistas del tornasol inmaculado,
del lenguaje extasiado,
de una tarde cualquiera, de los dones
que cargan los vagones.
Mirando nuestro cielo
en la gramilla tierna, sin límite alguno,
que nada es propiedad de sólo uno
si se descorre el velo.
El tren retorna por la expectativa,
la fuerza del motor
que ruge en su fragor
en nuestra mente encarna fruitiva
la inquietud, la memoria en carne viva
sobresalta de valor.