El cuarto estaba cerrado, para los activos.
Injerté mi ojo derecho, por una fría hendedura.
Cayendo por accidente, en el piso frío, lo perdí.
Dando revista, a las miserias de mi ojo,
Aparentemente, había cuatro durmientes.
Un millonario maldecía su desnuda deshonra.
Al no poder mercadear, los gastos excesivos,
Del refrigerador mortuorio y sus luminarias,
El impasible óbito, reclamó su manta de shahtoosh.
Y antes de ser arreglado. preocupado por la cuenta.
Veló, toda la noche, retocando con saliva su rostro.
Un arcaico ventilador nada apacible, le perturbaba,
¡Con un chirrido, que le destemplaba, sus pieles sueltas!
Inquietando al rico, por el dilapidado gasto de energía.
Impetuosamente...
Una menesterosa alma fue arrebatada al cielo.
Ya habiendo pagado, con sufrimiento abajo.
Recogía sus dadivas de los ángeles y se reía.
El insensato rico, reclamando su injusto trato.
Alegando, el poder que le concedía su dinero.
No sabiendo...
que otras ventajosas manos, ahora lo mancillaban.
Un impetuoso practicante, muy irritado, vació sus entrañas.
Llenando su cuerpo con fétido aserrín.
¿Le preguntó con demencia?
¿Cuánto pudiste llevar…?
“Incluso, la bolsa mortuoria te abomina”
¡Todos los durmientes son iguales!
¿Y con contorsiones de ultratumba reclamas?
Lo que no disfrutaste en vida...
La muerte se reía a carcajadas,
“Del tiempo te burlaste, todos los días”
“Ahora yo la muerte, te cobro tu boleto”
El rico, no aspirando a un cuerpo en miseria.
Su corazón puso a rodar sin sus arterias.
y al girar, un ratón que transitaba, se lo devoró.
Mi ojo, lo pude salvar...