La mente insaciable
siempre me pide que recuerde,
profundamente
el abecedario que no se escribe.
Donde cada sílaba
es una eterna esclava,
sometida
a mi titánica memoria.
Así con cada letra,
mi palabra se complementa
con la realidad
de una ocurrencia poética.
Y el poema es mi tiempo,
que me lleva a lo desconocido
por el cuenco arado
de mi humano entendimiento.
Y mi riqueza expresiva
no está en ninguna Biblioteca,
sino que cohabita en la primavera
de toda presencia.