Anhelo de sus labios sus besos excitantes,
me encantan sus sonrisas, radiantes y tranquilas;
venero de su cuerpo sus formas ondulantes,
y siempre me deslumbra la luz de sus pupilas.
Su piel sedosa y fresca me inspira mil poemas;
su cuello de alabastro desata mi locura;
y tienen sus pezones las mieles más supremas,
que llenan mi existencia de lúbrica dulzura.
Contemplo su silueta, de regios esplendores,
y pienso al contemplarla, que es hija Afrodita;
que trae en su belleza los mórbidos ardores
que portan de lascivia su llama sibarita.
¡Y todos sus encantos de gran magnificencia
poseen como encaje su impúdica inocencia!
Autor: Aníbal Rodríguez.