Las sombras de la vida,
de los sueños
se arremolinaban en mí,
los verdes cañaverales meciéndose agitados por la brisa de la mar,
no sé,
pero rebullía de emociones fantasmagóricas,
en mi estado onírico
podía soltar sin temores mi existencia entera,
había un mundo por hacer,
nada era verdad nada era mentira,
infinito azar,
mientras los rayos de luz asperjaban hacia el horizonte que caía en el cielo,
y sin tratos ni compromisos,
libre y dichoso como niño,
la nave surcaba en dirección oriente,
oleaje intenso, rizos escalofriantes,
embravecido por los tifones salvajes.
¿Quién puede vivir con tanta tristeza?
Qué tristeza más inmensa.
El alma salto hecha pedazos,
su diamante se hundió en las profundidades.