“¡Señor...! el mar ha despertado”
“¡Mira, como hace palmas hacia ti!”
“¡Está exuberante de regocijo ¡”
La primera ola, llegó a saludarme,
¡Y me ha dado, su mano fría...!
¡Jehová¡,
¡Desde hoy, serás siempre, mi Capitán!
Manejarás el timón de mi embarcación.
Y me enseñarás a dirigir mi navío.
Con la amura de tu gloria, me perfeccionarás cada día.
Y con tu voz recia de mando, someterás las aguas embravecidas.
Junto a rumores de iracundas tormentas, fijarás sin temor la vela.
¡Señor...!
Enséñame a empedrar sobre las saladas aguas,
nuevos caminos de descanso y paz.
Porque, navegué, sobre mis propias lágrimas.
Y hoy quiero con regocijo, no hacerlo más.
¡Llévame...!
Y conquistemos juntos... una nueva vida.
Rebasemos, los pasos de las olas,
Y escuchemos juntos, el rugir del mar.
Burlémonos, del lento engranaje del viento,
Y del húmedo vaguido del ciclón.
El mar extendió sus encrespados brazos...
Y me abrazó.
Es lo que pasa, cuando el Señor...
Es tu capitán.
Y aunque navegue, en sofocante mar en llamas,
Y pilotee de la forma más extrema.
Sin vela, sin timón, pilotaré confiado.
Porque tengo a mi Señor.
El único Señor de señores,
Capitán de capitanes.
Él es el magno oficial de mi embarcación.
Hoy florece, nueva alegría a mi vida.
Y las aves celebran con bellos cantos.