Bonita,
exigías demostrar los teoremas
del dolor de amores,
de la existencia del alma
y el de los sueños;
sólo quería ser tu amigo,
bonita,
pero pensé,
es un juego.
Entonces,
llevé rosas rojas reseñando un mensaje en ellas,
“bonita, para atenuar las penas”.
La lluvia caía copiosa sobre los naranjos en flor derramando azahares.
Pasado los años una aurora dulce, luminosa, con brisas marinas
ululando por los caminos del corazón,
te dejé una canción donde entregué el alma entera
para que la pudieras incendiar.
Profundizando,
bonita,
descubrí rociar mis sueños en el aire de la tarde
durante la puesta de sol en la playa dorada en que te vi.