Si pudiera escribir una canción
para quienes no conocen la poesía
diría:
Poesía es pulmón.
O mejor no.
Quizás no me pondría tan serio,
tan lírico, tan demiúrgico,
lo mejor sería decir lo que sé
que es lo que siento
que es lo que soy
y lo que la poesía me pide que sea:
Si leo poesía es porque no entiendo
ni lo que vivo ni por qué estoy
en muchos momentos en que llueve el tiempo.
Si leo poesía es porque creo
que en la música de la lengua
y en sus silencios
se esconden besos de quienes fuimos
–y con besos quiero decir ecos
de quien amó a los que hubieron sido
y a los que habrán de ser–.
Vuelvo a ser muy lírico.
Otra vez:
Si leo poesía es porque necesito compartir
necesito que me comprendan
que me acompañen que me sorprendan
con lo que siento, en palabras que no he sabido decir.
Leer poesía es percibir lo que se esconde.
Es comprender de estómago y garganta
lo que a la mente se le escapa.
Es ser agua, como decía Bruce Lee.
Es dejar a las neuronas forjar puentes absurdos.
Y es no entender las emociones del resto
al leer sus palabras
y descubrir así la distancia.
Poesía también es miedo. Y lejanía.
También es vacío y soledad no compartida.
Es saborear palabras ajenas con desconcierto,
con negligencia,
incluso con incomprensión. Poesía también es eso.
Mi madre me dijo una vez:
Hijo, es que no la entiendo, a la poesía
no la sé leer.
Es por eso que siempre vuelvo a ella, mamá.
Abandonarse a donde la razón no llega
tiene un punto
cuando dejas atrás la rigidez y el control
y el miedo nacido de juicios de valor.
Ese que se enraiza en la base del cráneo.
Y el punto es lo nuevo que descubre
y el remolino en que se incurre
de incomprensión a incomprensión.
Mamá, lee poesía.
Porque leer poesía es un encanto
que se piensa banal
pero en segundo plano transforma el alma.
La carga de una sensibilidad otrera
y hace la realidad más real.
La realidad descapotada, la descubierta
no la que llamamos nuestra.
Pero tengo que advertir algo (disclaimer ahead):
leer poesía se vuelve endogámico
y recurrente
y a veces monotemático
como se puede comprobar.
Pero de qué hablaría un ciego si viese de pronto.
Se vuelve un continuo rumiar
un pánico hermoso a lo oculto
en el pecho y en las bandadas
del Sol
y en el flotar de los pétalos que esconden los ojos de los niños
y de las viejas
y en el polvo que azuza al tiempo
y en el sabor de los besos de labios rotos
y en el pensamiento de un ruido
y en el beber de la boca de un río
cuando llueve soledad
y sobre todo en el hilo, en ese hilo que desenreda
que permite perseguir una breve certeza
al tirar de las palabras
cuando llegas a palpar el aroma
de una última letra.
Pensándolo bien,
sí es como decía:
leer poesía
es tal que respirar.
—Pablo de las Heras - 19/05/2022 - Madrid, España
Puedes leer este y más poemas míos en mi blog-newsletter https://servilletasdepapel.substack.com/
Suscríbete para recibir mis poemas, relatos y cartas en tu email
Gracias por leer