Sobre el camino del bosque
las huellas van dibujando
el paisaje como un sueño
bajo los días pasados.
Apetece descansar
pero los pies, mientras tanto,
se aventuran donde nadie:
en las palabras del páramo,
en las lindes de mi huerta
donde nada me hace daño,
donde el recuerdo persiste
entre las flores de mayo,
donde nacer es morir
y morir es otro paso,
donde la luz y la sombra
crean todo lo que alcanzo,
donde el tiempo no me inquieta
y la vida va pasando
como todo, lo que empieza
tiene un fin, y ese es el caso.
Lo que fuimos, eso somos.
Lo que somos: un retazo
de todo lo que seremos
en el tiempo y el espacio,
a través del sentimiento
que nos marca a cada paso.
Las hojas, por primavera,
ansían un brote largo
que les enseñe la luz
para florecer despacio.
Y yo me veo raíz
en tierra, en el cielo un rayo
que, en mitad de la tormenta
aparece y busca el rastro
de toda la oscuridad
para destruirla en el acto.
También soy gota de lluvia
emancipada del tránsito,
que corre por tu mejilla
como lágrima del daño,
como sonrisa lejana
como el aliento cercano,
como beso, como guiño,
como caricia y abrazo,
como seña de un amor
que es, en mí, perpetuo llanto
por no haberse conocido
hasta ahora, en este mármol.