Nitsuga Amano

La Larga Avenida

En los pliegues de la memoria se oculta
la larga calle, testigo del tiempo inmóvil.
Las farolas destellan sus débiles luces
y el eco de la lluvia se desvanece en el aire.

 

 

Cabalgan los perros en la oscuridad,
persiguiendo el rastro de los autos fugaces,
mientras la pereza y la paciencia se entrelazan
en un baile eterno de despropósito y calma.

 

 

El recuerdo se desvanece como un suspiro,
los minutos se funden con los segundos,
y las horas se besan en el umbral de la noche,
prometiéndose volver cuando el cielo se aclare.

 

 

En el fuego que arde en mi pecho salvaje,
tu cabellera negra se dibuja en la distancia,
acariciada por el viento que la susurra al oído.

 

 

No puedo distinguirte entre las sombras,
pero sé que estás ahí, entre las sonrisas impostoras,
brillando con una luz única y deslumbrante.

 

 

Las farolas han cegado mis ojos,
el tiempo ha borrado parte del recuerdo,
y solo queda la añoranza que me consume.

 

 

Días enteros pasé junto a la ventana,
esperando en vano, sabiendo que era inútil,
porque todo en la calle lo anunciaba:
tu regreso por la larga calle.

 

 

El aliento se escapa de mis pulmones,
anhelando un encuentro con esta alma sedienta,
y te acercas, rodeada de minutos prodigiosos,
hijos pródigos de esta espera interminable.

 

 

La calle larga deja de existir,
se desvanece en el laberinto de los recuerdos,
y solo queda la eternidad de nuestro encuentro.