MIKO.
Voy ahora a contar la historia
de otra mascota y su dueña,
un cuento que en la memoria
quedó en la dulce pequeña.
Joseline, la pequeña,
que aún lloraba a Polilla,
cargaba con una pena
abierta como una herida.
Y en cierto punto, su mundo
rodó por lugar sombrío,
al ver, en lo más profundo,
un largo y amplio vacío.
Por ese entonces, la niña,
no hablaba con su papá,
quizás por melancolía
o por encono quizás.
Y un día -quién sabe cuándo-
viviendo en eterno encierro,
llegó a sus pequeñas manos
un blanco y hermoso perro.
El nombre fue muy curioso,
-algo que no me explico-,
al perro blanco y hermoso
llamó simplemente Miko.
Y Miko fue, en cierto modo,
su más leal compañía:
su vida, su paz, su todo,
su mundo de fantasía.
Travieso como ninguno,
querible como no hay par,
su perro blanco y peludo
su vida llenó de paz.
Joseline, la pequeña,
volvió a soñar de alegría,
por esta mascota nueva:
el gran amor de su vida.
Si bien recuerda a Polilla
en noches de tempestad,
el perro lame la herida
que busca cicatrizar.
Su padre, por esos días,
que no se hablaba con ella,
fue el que regalaría
el Poodle a su pequeña.
Y un día -quién sabe cuándo-
la hija con su papá,
se fueron reconciliando,
amándose una vez más.
Y Joseline, la pequeña,
volvió a sonreír de nuevo:
hoy se le ve contenta
paseando a su bello perro.
Así pasó largo tiempo
-hay cosas que el tiempo cura-
(lo saben los sentimientos
de aquel amor que perdura).
Un padre, sin ser perfecto,
siempre amará a su hija:
lo sabe el padre en silencio,
¡no importa que no lo diga!
Y así también la pequeña
por siempre amará al papá:
aun con sus diferencias,
por siempre se van a amar.
Y esa es toda la historia
que hoy yo quise contarles
la historia conmovedora
de Joseline y su padre.
Su padre, por esos días,
que no se hablaba con ella,
le dio la máxima dicha
de ser mamá a la pequeña.
Y un día -quién sabe cuándo-
tendrá la pequeña un hijo,
uno que, mientras tanto,
el nombre que lleva es Miko.