Estuvo en mi vida, entre soles y escarchas incoloras,
el aire, como habitual amigo que tibio o helado
me hizo sentir que estaba allí con claridad de ermita.
Llegaba al inspirarlo a mis alvéolos, llenándolos de vida
y quitando en paz insomnios con su aliento de campo.
Palabra suave en ese mar de piedras, alzó el tono en viento
cuando se hizo necesario. Y a veces fue silencio.
Entre alboradas y ocasos, no faltó en lo claroscuro
y allí estuvo en mis abismos y en mis cumbres y era
elocuencia necesaria de cuanto me rondaba.
El mismo aire que tocó su rostro y se hizo ondas de su voz,
que me mostró que lo extenso era estéril, si en esa inmensidad
no gritaba la vida reverberando en ecos.
Y me enseñó a sentir cuando rozando mi piel me habló
de su presencia invisible pero cierta.
De mi libro “De esas letras pendientes”. 2018 ISBN 978-987-763-836-3