Dije tu nombre
y el eco respondió
muy suavemente.
Estaba solo
en una bella cumbre
de la montaña.
¡Qué gran paisaje
desde ella se veía
y contemplaba!
Grité tu nombre
de nuevo, con más fuerza,
porque te amaba.
Y respondieron
los labios, invisibles
desde los valles.
Eran tus labios
trayendo hacia los míos
un dulce beso.
Cerré los ojos
pensando en tu figura
y en tus caricias.
Estabas lejos
y cerca, en el recuerdo,
que iba conmigo.
Y te abracé,
buscando en el silencio
tu cuerpo amado.
Rafael Sánchez Ortega ©
19/05/23