Alberto Escobar

Es tan largo...

 

La palabra de Dios 
les aburre.
—decía San Agustín de los niños que iban a catequesis. 

Para combatir ese aburrimiento inventaba miles de argucias. No tenía ese miramiento con 
sus monjes, que después de la refección se tomaban unos minutos de asueto.

 

 

 

Mi soledad tuya. 
Que me des compañía
para irte después 
es como beber agua de mar.
Esta sed que me abrasa,
que me quema el esófago
cuando baja, que me confunde
el pensamiento; esta sed, digo,
es una sed que no tiene calma.
Por más que bebo cuando me traes
agua, más sed me crece dentro.
Es como el caminante tras miles de pasos,
que ve en lontananza un abrevadero
y se para, y lee en un letrero \"agua no potable\"
pero aún así bebe, aún sabiendo que ese agua
no basta a la tenia de sed que se agarra
a sus intestinos y amenaza con extirparlos, 
pero lo hace porque el gesto, el pensar 
que está bebiendo, engaña a la mente,
y mientras dura ese engaño se siente aliviado
en la ilusión de que ese agua inservible 
que ha introducido en sus entrañas le hará efecto. 
Así me pasa contigo, corazón.
Esa sed que ya es amiga de tanto vernos,
de tanto contarnos nuestros resquemores,
esa, que se acuesta conmigo de noche 
y se me vuelve del otro lado de la almohada
tras desearme felices sueños, esa, sí,
esa que tanta sed me da de ti, esa, que más
muere de sed cuanto más gotas de ti recibe,
esa, esa insaciable serpiente que me come
por dentro, esa, esa que cuando llamas, cuando
respondes a un auxilio, se le evaporan
en la lengua antes de que lleguen las gotas,
las escasas gotas de tu voz, de tus letras, de tu...
Es tan grande ya el agujero de mi recipiente,
ese donde recojo esas gotas que como maná,
que como lluvia de desierto colecciono...
Es inútil que vengas a mí, de una u otra manera,
revestida del formato que quieras, que vengas
a consolarme aunque agradezco tu gesto, claro.
Es inútil lo mismo que al mar no le sacia
un aguacero, no le cambia su condición acuosa. 
Si me trajeras un diluvio a mi garganta sería ya
inútil; solo me bastaría, no sé el tiempo,
que te hicieras lluvia perpetua desde una nube
que solo habite en los contornos de esta habitación,
que la tuviera al alcance, al lado de la mesita de noche,
para solo con pulsar el metal bruñido de una manivela
me surtiese del agua que necesito, cuando la necesite,
sin restricciones administrativas por régimen de sequía
ni impedimentos que pongan palos a mis ruedas. 
Solo así, tu voz, tu palabra, servirían de consuelo, solo
así corazón.
Sí, tus gotas se me evaporan en el aire, no llegan
siquiera a la lengua —me contradigo de lo que dije antes. 
Es tanto y tan largo el verano...