Aquel atardecer en que vivimos
la gloria inmarcesible de adorarnos;
repletos de pasión, al entregarnos
un mundo sin igual nos prometimos.
Los besos y caricias que nos dimos
la noche los bendijo al contemplarnos;
la luna sonreía al escucharnos
las frases tan sublimes que dijimos.
Luciérnagas curiosas observaban
de aquella gran pasión sus ansiedades;
y nunca en su fulgor imaginaban
que cruentas y malignas impiedades;
un cúmulo de penas preparaban
a base de doblez y falsedades.
Autor: Aníbal Rodríguez.