Lo sabía; siempre tuvo ese presentimiento.
Una especie de maldición familiar se colgaba en su cuello con todas sus garras.
Allí estaba esa mancha negra con bordes secos y una comezón roja en el centro.
Era el cáncer que venía a los James desde hacia varias generaciones.
Desde su aparición de la noche a la mañana todos habían muerto asustados, encerrados y en silencio en un rincón oscuro de la casona.
Entonces fue cuando Joe decidió romper la tradición.
El no moriría callado en un rincón, el saldría a gritar toda su ira y enojo contra los miserables miembros de su familia.
A todos los desnudó por las claras y les enumeró con puntos y comas su maldad y sus planes perversos de ambición y oportunismo.
Era un viernes después de la cena cuando Joe le soltó toda su rabia al James que le faltaba.
Esa noche durmió profundo y en paz.
El sábado en la mañana cuando fue a cepillarse los dientes, la mancha maldita había desaparecido con todos sus síntomas del espejo.
La enfermedad murió y Joe James vivió muchos años más procurando no dejar acumular en su corazón, tanto veneno.