Resultaba sencilla la receta para los gobernantes del pueblo: Un mísero salario para los maestros, que arrojaba un fundado descontento de éstos y se terminaba traduciendo en una pésima calidad de la educación, pues las huelgas y el desaire era la única manera que los maestros encontraban para protestar.
El gremio tampoco ayudaba tanto, pues su representantes eran corrompidos fácilmente y cedían ante las propuestas gubernamentales.
La ecuación era perfecta para los mandatarios: Baja calidad de educación en un pueblo que vivía anestesiado y resignado.
Las jornadas institucionales del Gremio pronto comenzaron a tornarse algo violentas: Opiniones antagónicas, diferentes ideas y un gran número de listas para suceder al oficialismo, eran las principales características del Sindicato.
En una de esas tantas asambleas desarrolladas a lo largo del ciclo lectivo, comenzó a germinar una idea por parte del sector más radical del gremio, que al principio sonó tan ridícula como el mismísimo sueldo de los maestros.
La propuesta consistía en reemplazar las huelgas por talleres de pensamiento junto a los alumnos. Si, sacrificarse en pos de la verdadera esencia del pueblo, que residía en aquellos jóvenes plagados de sueños que nada tenían que ver con los conflictos Gobierno-Educación.
Los defensores de esta estrategia argumentaban que el único camino para hacer de un pueblo habitantes soberanos y libres, era comenzar a sembrar en la conciencia de los estudiantes nuevas ideas, incluso nuevos hábitos.
Apoyados en esa mágica leyenda de William James:
“Siembra una idea y cosecharás una acción.
Siembra una acción y cosecharás un hábito
Siembra un hábito y cosecharás un carácter.
Siembra un carácter y cosecharás un destino”
Los talleres de pensamiento tendrían lugar en los espacios que legalmente correspondían a las movilizaciones. Curricularmente jamás quedarían asentados en ningún libro, pero como lo inefable no es palpable, los maestros bien sabían que estos talleres apuntaban a quedar grabados en la conciencia de futuros adultos, que debían despertar del sometimiento periódico y perverso al que eran llevados por un embudo.
Rápidamente esta quimera fue tomando forma y los talleres comenzaron a funcionar. Al principio, al no ser obligatorios, no eran muy concurridos; pero con el tiempo los estudiantes fueron entusiasmándose y esa pequeña llama encendida cobró la fuerza y el vigor esperados.
Los talleres de pensamiento resultaban muy didácticos, dinámicos y divertidos.
A través de juegos que variaban según las edades, se intentaba plasmar una enseñanza moral, y de esa manera comenzar a cultivar una nueva manera de ver las cosas.
Y entonces existía La mancha poeta: El niño que era manchado sólo podía regresar al juego si inventaba una rima acerca de un tema que el profesor elegía.
También estaba La Rayuela de las virtudes: El niño debía conformar unas oraciones cuando culminaba la rayuela con una serie de conceptos como prudencia, honor, amor, respeto, tolerancia, sabiduría, belleza y otros tantos que los profesores colocaban en una caja cerrada.
El fútbol matemático era otro de los llamativos: El alumno que marcaba un tanto, solo podía convalidarlo si resolvía un problema matemático de rápida ejecución.
Las damas, siempre más pensantes, preferían uno que tenía mucho éxito: La batalla de la Geometría: Cada figura geométrica contenía virtudes pero al mismo tiempo ciertas debilidades, entonces la que a cada una le tocara, debía ser defendida ante las críticas de las demás jugadoras que intentarían enaltecer la figura de ellas. Por ejemplo, el triángulo era de las más poderosas, pero era criticado por su poca flexibilidad, que el círculo sí lograba poseer. El cuadrado ofrecía seguridad, pero el rectángulo no era tan estructurado y contenía características similares. El segmento perdía en tamaño con la semirrecta, pero le ganaba en convicción por sus límites bien definidos. Ambos perdían con la recta en el ámbito de la longitud, pero la vencían en el aspecto de la incertidumbre.
Luego había propuestas de talleres de lectura y cuentos, con temas libres que eran leídos entre todos los presentes. Para primavera, las olimpíadas del pensamiento eran todo un clásico; las escuelas competían en diferentes disciplinas literarias, matemáticas y deportivas. El premio era un viaje para todo el curso.
Todos los juegos apuntaban a la enseñanza moral y a la práctica metódica del pensamiento, los maestros nunca mejoraron su sueldo, pero sentaron los cimientos de un edificio moral, tan alto, fuerte y estable que no daba lugar para los habitantes ambiciosos, hipócritas e ignorantes.
El edificio de la Rebelión de los Maestros, que perdieron la batalla sindical pero ganaron la más importante: La de la educación.