Los libros
de mi abuelo Dámaso,
ríos de agua mansa,
un cortavientos
contra el déficit hídrico
de los ojos secos,
un cortafuegos
para la bondad
y la sabiduría,
un conjuro que
guarda las palabras.
La casa, el refugio
de la providencia
contra la banalidad,
el sueño reparador
contra la incongruencia
y el escepticismo.
Zaragoza burguesa,
ilustrada y amable.