Tengo un legado de cadenas oxidadas
crujen como huesos rotos,
entonan sus silencios
mientras los fantasmas que los adornan juegan a la pelota
y enfrentan sus dilemas, sus necedades;
su ser y su yo.
Sus cráneos vacíos escupen risotadas
y vagan por instantes recordando...
recordando los fusiles
y las metrallas afincadas en los rostros lacerados de tiempo.
Los niños mudos las contemplan,
las palpan sus manos de jardines.
La tal esperanza es un capullo
que emergerá como aletargada paloma blanca.
Tengo un legado de cadenas oxidadas
con su directorio de teléfonos,
de placas y de títulos
aguardando la llegada de su doctor,
a que emerja bulliciosa la ambulancia
y su bolsita de sangre coagulada.
Las sombras vecinas acudirán a su llamado.
Como mendigos se apiñan
como esqueletos hambrientos
masticarán sus mendrugos de pan.
Con sus barrigas llenas
marchan en una larga fila
en una fila larga de bocas desdentadas.
Una a una llegará a su morada
y se posará silenciosa con su último baño de cal
para guardar como siempre su sueño universal.