En la cubierta, nos acaricia el rostro una suave y helada brisa.
El firmamento se ha vuelto oscuro y el viento ha comenzado a cambiar, las constelaciones han ocultado su brillo y una multitud de saetas de fuego se precipitan en el mar.
Bajo la nave las olas se embravecen tanto como si las surcara el dragón marino Leviatán.
Los marineros vociferan y corren apresurados de aquí para allá; sin embargo ya es muy tarde, la furia de las paredes de agua salada, nos han atrapado en altamar.
Los instrumentos fallan y las brújulas no dejan de girar.
Sobre una mesa en la bitácora del capitán, las cartas de navegación se han vuelto papeles en blanco, nuestro destino ha quedado a merced de la tempestad.
La tormenta ha venido a torcer las rutas del mar; y a lavar a los hombres de la tripulación de pies a cabeza, pretende hacerlos olvidar de sus tontas diferencias para unirlos en un mismo luchar tenaz.
En el medio del alboroto un experto marinero permanece inmutable, al notarme asustado me dice - Tranquilo, no hay nada que temer. Sólo es la tormenta, la antigua y misteriosa herramienta, de alguien que es mucho más.