LA PEDRADA
Yo he nacido en esos llanos de la estepa castellana,
cuando había unos cristianos que vivían como hermanos
en república cristiana. Me enseñaron a rezar,
enseñaron me a sentir y me enseñaron a amar,
y como amar es sufrir también aprendí a llorar.
¡Oh, que dulce, que sereno caminaba el Nazareno
por el campo solitario, de verdura menos lleno
que de abrojos el Calvario! ¡Cuán suave, cuan paciente
caminaba y cuan doliente con la cruz al hombro echada,
el dolor sobre la frente y el amor en la mirada!
Y los niños, admirados, silenciosos, apenados,
presintiendo vagamente dramas hondos no alcanzados
por el vuelo de la mente, caminábamos sombríos,
junto al dulce Nazareno, ¡que eran Judas y unos tíos
que mataron al Dios bueno! Más un travieso aldeano,
una precoz criatura de corazón noble y sano
y alma tan grande y pura como el cielo castellano,
Y él contestaba, agresivo, con voz de aquella que llega
de un alma justa a lo vivo: ¡Porque sí, porque le pegan
¡Sin hacer ningún motivo! Hoy que con los hombres voy
viendo a Jesús padecer, interrogándose estoy:
¿Somos los hombres de hoy ¿Aquellos niños de ayer?